VUELTA DE TUERCA
Desde hace varias décadas, afirmaba Graciela Scheines, el juego se instala en todos los órdenes de la vida y "pareciera que donde no se juega no se puede vivir, que no se vive bien". Esto, apuntaba seguidamente, es un abuso al igual que su carencia.
"Si bien durante siglos hubo un desprestigio del juego reforzado por la tradición judeocristiana y occidental que opone el juego al trabajo poniendo la virtud en el trabajo y en el sufrimiento, esta vuelta de tuerca actual con respecto al juego (que aparece como panacea para resolver todos los males) es muy peligrosa", consideraba Scheines.
La teórica sostenía que en la actualidad se confunde "agitación con movimiento", como resultado de una época donde el cuerpo y la juventud ocupan el valor máximo y el hacer deporte es el recurso más demandado como sinónimo de jugar.
Quizá en la cultura del cuerpo, ampliamente legitimada en las sociedades occidentales, pueda encontrarse alguna actitud lúdica en el sentido de "expresión corporal" más ligada a lo artístico que al gimnasio, sugiere por su parte Beltrán. No obstante, para él se trata sobre todo de un "síntoma de narcisimo individual, que por extensión acaba siendo social".
La dimensión lúdica, muy ligada a "lo espontáneo y lo gratuito, y al azar frente a la necesidad", puede perder estas connotaciones cuando "el cultivo del cuerpo se convierte en un comportamiento adictivo, pasando a ser una actividad instrumental antes que expresiva", añade.
Un enfoque sobre este tipo de actitudes tan cotidianas puede encontrarse en Gilles Lipovetsky y su concepto egobuilding: El deporte "se ha puesto a tono con la lógica posmoralista, narcisista y espectacular (...) el deporte de masas es una actividad dominada por la búsqueda de placer, del dinamismo energético, de la experiencia de uno mismo: después del deporte disciplinario y moralista, he aquí el deporte-ocio, el deporte-salud, el deporte-desafío". Se trata, en definitiva, de una época signada por una ética individualista donde la persona "se construye a la carta sin otro objetivo que ser más él mismo" (3).
En definitiva, el juego forma parte del universo simbólico del hombre (Ver en este dossier El ser humano: un juguete...). Desde este punto de vista, las clases de juego preponderantes, la forma de jugarlos, y el grado en que se acude a ellos, quizá digan algo del estilo de vida occidental -sus malestares, carencias y virtudes-, y de la manera en que es percibido el mundo. Y en este sentido, por qué no pensar sobre la necesidad de evadirse hacia otra realidad.
Desde hace varias décadas, afirmaba Graciela Scheines, el juego se instala en todos los órdenes de la vida y "pareciera que donde no se juega no se puede vivir, que no se vive bien". Esto, apuntaba seguidamente, es un abuso al igual que su carencia.
"Si bien durante siglos hubo un desprestigio del juego reforzado por la tradición judeocristiana y occidental que opone el juego al trabajo poniendo la virtud en el trabajo y en el sufrimiento, esta vuelta de tuerca actual con respecto al juego (que aparece como panacea para resolver todos los males) es muy peligrosa", consideraba Scheines.
La teórica sostenía que en la actualidad se confunde "agitación con movimiento", como resultado de una época donde el cuerpo y la juventud ocupan el valor máximo y el hacer deporte es el recurso más demandado como sinónimo de jugar.
Quizá en la cultura del cuerpo, ampliamente legitimada en las sociedades occidentales, pueda encontrarse alguna actitud lúdica en el sentido de "expresión corporal" más ligada a lo artístico que al gimnasio, sugiere por su parte Beltrán. No obstante, para él se trata sobre todo de un "síntoma de narcisimo individual, que por extensión acaba siendo social".
La dimensión lúdica, muy ligada a "lo espontáneo y lo gratuito, y al azar frente a la necesidad", puede perder estas connotaciones cuando "el cultivo del cuerpo se convierte en un comportamiento adictivo, pasando a ser una actividad instrumental antes que expresiva", añade.
Un enfoque sobre este tipo de actitudes tan cotidianas puede encontrarse en Gilles Lipovetsky y su concepto egobuilding: El deporte "se ha puesto a tono con la lógica posmoralista, narcisista y espectacular (...) el deporte de masas es una actividad dominada por la búsqueda de placer, del dinamismo energético, de la experiencia de uno mismo: después del deporte disciplinario y moralista, he aquí el deporte-ocio, el deporte-salud, el deporte-desafío". Se trata, en definitiva, de una época signada por una ética individualista donde la persona "se construye a la carta sin otro objetivo que ser más él mismo" (3).
En definitiva, el juego forma parte del universo simbólico del hombre (Ver en este dossier El ser humano: un juguete...). Desde este punto de vista, las clases de juego preponderantes, la forma de jugarlos, y el grado en que se acude a ellos, quizá digan algo del estilo de vida occidental -sus malestares, carencias y virtudes-, y de la manera en que es percibido el mundo. Y en este sentido, por qué no pensar sobre la necesidad de evadirse hacia otra realidad.
(Juan Pablo Palladino)
Fuente: Revista Teína
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